De un tiempo a esta parte asistimos, entre atónitos e indignados, a una secuencia interminable de noticias relacionadas con casos de conflictos violentos en las aulas.
Casos de niños y adolescentes agredidos en las escuelas por sus propios compañeros. De menores que toman la terrible decisión de quitarse la vida, por que saltar desde un acantilado les resulta menos difícil que acudir día tras día a sus escuelas. De niños y niñas apaleados por sus iguales sin consecuencia alguna para el agresor que, muchas veces, es excusado por unos padres que no admiten responsabilidad alguna en las acciones de sus hijos.
Sin embargo, estas noticias que producen gran alarma social, no son más que la punta del iceberg.
Las estadísticas hablan de datos escalofriantes: Casi el 9% de los alumnos catalanes sufre acoso escolar de algún tipo; Aproximadamente el 20% de los agresores ni siquiera sabe explicar que le ha motivado a agredir a un compañero; Solamente detectamos el 10% del total de los casos de violencia escolar.
Con cada noticia se produce la consiguiente condena social (en abstracto) y el reparto de culpas a los malos oficiales de la película: Docentes en estado catatónico, familias desestructuradas y niños con tendencias sociópatas. Olvidando siempre admitir el porcentaje de culpa que nos corresponde a todos y cada uno de nosotros cuando somos permisivos con las conductas agresivas de nuestros hijos o cuando justificamos y validamos socialmente dichas conductas calificándolas como cosas de niños, como si se tratase de un coscorrón fortuito o una travesura.
Si no validamos la agresión entre personas adultas y si entendemos que la agresión de un adulto a un menor es intolerable, ¿por qué justificamos ese mismo hecho cuando tiene lugar entre menores y en el entorno escolar?
Debemos entender el conflicto como un elemento intrínseco de la vida, pues su aparición es normal en el desarrollo de las relaciones humanas. Debemos, en definitiva, aceptar que su aparición es inevitable.
Pero que su aparición no se pueda evitar, no quiere decir que debamos quedarnos cruzados de brazos o que no se pueda hacer nada para paliar sus consecuencias.
Una adecuada gestión del conflicto escolar servirá para neutralizar, en muchos casos, los aspectos más negativos del mismo. Transformando la amenaza en una oportunidad para el cambio y la mejora. Convirtiendo el conflicto en el punto de partida de un proceso que debe llevarnos hacia modelos de convivencia más comunicativos, colaborativos y pacíficos en el ámbito escolar.
No obstante, este cambio de modelo debe ir acompañado de una serie de medidas que lo propicien. Pues resulta indispensable que los centros escolares dispongan de protocolos adecuados y personal formado en técnicas de mediación y gestión de conflictos, que les permitan afrontar tanto las situaciones de riesgo potencial, como aquellos casos en los que ya se han producido situaciones de acoso.